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Estado y démocracia en el pensamiento politico de Jean-Jacques Rousseau

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par Smith Augustin
Instituto filosà³fico Pedro Francisco Bonà³ - Licence en philosophie et sciences humaines 2008
  

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CONCLUSIÓN

María José Villaverde, especialista del siglo XVIII francés y traductor del Contrato Social de Rousseau para el editorial español Tecnos, reportó en uno de sus interesantes artículos esta impresión del filósofo ginebrino sobre su propio pensamiento: «decía Rousseau a Dusaulx, al final de su vida, que quien la entendiese por completo sería más listo que él»101(*).

Y como no soy para nada más listo que Rousseau, gran consolación me dio este aporte de Villaverde, por los escrúpulos que me ayudó a combatir, en la hora de pensar y de redactar este trabajo.

Pero tampoco era que tenía grandes e inalcanzables pretensiones. Bien se trataba de presentar la teoría del Estado y de la democracia de Rousseau dentro la historia de la filosofía política occidental, y sencillamente llegar a convencer, con todo lo que tenía que decir, que es necesario todavía adoptar una antropología tan optimista como la de Rousseau para poder seguir pensando la democracia y actuar en consecuencia.

De veras, lo que Robert Dahl llama, en su libro La democracia y sus críticos, «la lógica de la igualdad política»102(*) y que entiende que debe previamente surgir y establecerse entre la gente de una comunidad para que luego los mismos puedan aspirar a un cierto modelo democrático, Rousseau lo demostró también con su propio pensamiento. Al estar siempre una antropología detrás de toda ética, como lo confirmó Jean-Paul Sartre en su prefacio al clásico texto de Albert Memmi, portrait du colonisé, nadie puede tratar a un hombre «como a un perro» si primero no le deja de ver como un hombre»103(*); por añadidura, a mi modo ver, nadie puede pensar la democracia si no es primero un enamorado de la igualdad y de la libertad humana.

Esto eso el núcleo del pensamiento democrático de este Rousseau que quise presentar; el cual, definiéndose al final de su vida como «un historiador del corazón», nunca quiso filosofar políticamente por filosofar sino por aprender a romper las cadenas de las estructuras alienantes de las sociedades. Por eso, si para Hirschberger, «El brío literario es en Rousseau más fuerte que su crítica filosófica y su exactitud lógica»104(*); en cambio, nos recuerda Jean Starobinski que «le lyrisme et l'éloquence de Rousseau sont au service d'une intuition dont la légitimité doit être reconnue, et qu'on ne saurait réduire (comme l'avaient fait tant de détracteurs) à un effet de rhétorique105(*)«.

Indudable relevancia se debe reconocer pues al pensamiento político de Rousseau que, en realidad, - lo he intentado demostrar -, nos lleva ni a un totalitarismo disfrazado ni a una quimera insuperable. La idea de que el hombre merece ser libre y feliz dondequiera que este, es más bien de lo que se trata. Con esta idea principalmente, Rousseau construyó su hipótesis del estado de naturaleza y con la misma, defendió la soberanía popular por la equitativa participación de todos los ciudadanos en el Estado al cual corresponden.

Pero, también reconozco que no he podido resolver todas las ambigüedades de este pensamiento, o quizás, ni siquiera he logrado expresar bien lo que Rousseau mismo quiso expresar. Y la discusión es por continuar.

A lo mejor, este pequeño trabajo no cambiará nada en las diferentes maneras que se continuará interpretando la teoría de la democracia y del Estado de Rousseau; y eso me hace sentirme obligado a tener la humildad de aceptar el desgraciado destino de este pensamiento, condenado, a mi parecer, a provocar eternamente polémicas y relecturas. Cómo dice Nicholas Dent: «Rousseau continúa levantando una gran controversia tanto en su calidad de teórico como en la de persona: como teórico porque es posible ver en él tanto al gran liberador del individuo como al apologista del totalitarismo populista; como persona, porque es posible considerarlo como genio malogrado o como un sincero y honesto pendenciero»106(*).

Al fin de cuenta, evaluándome a mí mismo, me pregunto si en definitiva todo lo que perseguía con este modesto trabajo no era sino incitar a amar más la democracia y a apostar un vez más por los pobres. Si gano esto, gano todo. Mi feliz recompensa la tendría ya en la mano y para siempre.

* 101 María José Villaverde, op. cit., p. 244

* 102 Robert Dahl, La democracia y sus críticos, Paidos, Madrid, 1993, p. 43.

* 103 «(...) nul ne peut traiter un homme « comme un chien », s'il ne le tient d'abord pour un homme»: Jean Paul Sartre, préface de Albert Memmi, Portrait du colonisé précédé de Portrait du colonisateur, Gallimard, Coll. Folio actuel, 1985, (2004), p. 25.

* 104Johannes Hirschberger, op. cit., p. 124.

* 105Jean Strarobinski, op.cit., p. VII.

* 106Nicholas Dent, «Rousseau, Jean-Jacques» en Ted Honderich (editor), Enciclopedia Oxford de Filosofía, Traducción de Carmen García Trevijano, Tecnos, Madrid, 2001. p. 924.

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